Friday, April 22, 2011

Cuando tenía cuatro (Jeffrey Lewis)

Estoy convencida de que cuando tenía cuatro años era diez veces más inteligente de lo que soy ahora. Mis papás trabajaban todo el día y yo a la tarde me quedaba con mi niñera, una estudiante del secundario que se llamaba Eugenia. Ella siempre me decía que yo era de lo más creativa aunque se quejaba de que nunca me quedaba quieta. Yo le tenía miedo a la oscuridad, como la mayoría de los chicos. Mi temor más grande era creer que había sapos en la rejilla del baño. Me acuerdo de que estaba tan traumada que mi papá tuvo que desatornillar la rejilla un día para mostrarme que no había nada. A los seis años ya era más tranquila. Pasaba mucho tiempo mirando por la ventana de mi cuarto, vivíamos en un piso quince. Tengo la imagen de estar mirando por esa ventana y ver un río y un velero navegando. Estoy segura de que mi ventana daba al río. Sin embargo, mi mamá siempre dice que eso no es posible y que no se veía el río desde nuestro departamento en plena ciudad.

Cuando cumplí los nueve años, me volví una pervertida. Me acuerdo de que escuchaba canciones por la radio y pensaba que hablaban de actos sexuales. En cambio, para cuando tenía doce años me sentía una fracasada. Todos a mi alrededor se ponían de novios y yo era sumamente infantil; nadie se fijaba en mí. Usaba enteritos, gorras con visera y medias estiradas hasta la rodilla. Para los quince ya me había revelado por completo y tenía todo lo que quería. Salía todo el tiempo y tenía miles de amigos. En cambio, a los dieciséis me volví profunda e introspectiva de golpe. Nunca más volví a ser tan sociable. En ese momento pensaba que cuando creciera iba a hacer algo grande e importante. Ahora tengo treinta y uno y me doy cuenta de que no hice nada destacable en mi vida. No tengo novio siquiera. Todas mis amigas están casadas. Probablemente me quede sola para siempre. Pero la vida es así: unos tienen que perder para que otros puedan ganar. A veces pienso en el bien y el mal y llego a la conclusión de que ambos tienen que existir para que haya un equilibrio en el mundo. Mi mamá viene a casa los domingos y le hago brushing en el pelo, la ayudo a maquillarse. Vivo sola y tengo un gato que se llama Osiris, al igual que un dios egipcio que parece una pierna con cara. Para hacer algo de dinero, doy clases particulares de piano. Mis alumnos son casi todos de entre veinte y treinta años. Nunca me enamoré de ninguno.