Friday, April 22, 2011

La pesadilla de Will Oldham en Retiro (Jeffrey Lewis)

Hoy iba a ir a masterizar el disco nuevo al estudio de Matías Mercatti. Me tomé el tren de San Fernando hacia Retiro y viajé todo apretado. Estaba muy concentrado mirando a una chica cuando me pareció ver a Will Oldham, el actor y cantante norteamericano, parado al lado de la puerta. Tenía puestos los mismos anteojos de sol que usó en un recital que trasmiten siempre por MTV, en Bowery Ballroom. Me pregunté qué pasaría si me acercaba y lo invitaba a comer a mi departamento de dos ambientes. Creo que en ese momento no le dije nada porque tuve miedo de desilusionarme y verlo como una persona más del montón. Will da la impresión de ser de esos que siempre consiguen lo que quieren. Mucha gente piensa que es un charlatán, un niño mimado, pero en la cultura indie nadie puede darse el lujo de ignorarlo. Incluso aunque el primer contacto sea difícil y no cause una gran impresión de entrada, se vuelve adictivo después de escucharlo durante un tiempo.

En todas estas cosas pensaba mientras iba en el tren hacia Retiro. Pensaba, por ejemplo, en que una cosa son los Rolling Stones del ’65 y otra muy distinta son los Stones del ’69. Pensaba, también, en el bien y el mal: ¿cuánto hay que sacrificarse como artista para que tu música valga la pena? Yo no nací una cuna de oro, no nací adentro del castillo. Igual, tanto soñar con la fama y con estar de moda y al final te das cuenta de que lo que hace que un artista valga la pena es otra cosa.

Hoy estaba yendo a masterizar ese disco nuevo y mediocre al estudio de Matías Mercatti. En el tren de San Fernando a Retiro me pareció ver a Will Oldham. ¿Qué hacía Will en un tren en el conurbano bonaerense? ¿Había venido a ver la miseria de los alrededores de su castillo en Kentucky? ¿Vino a buscarnos a nosotros, los nobles artistas de países tercermundistas que se cortan la cabeza entre sí para alimentar su propio ego? A nuestras madres les gusta lo que hacemos y nuestros amigos vienen a los shows, pero las cosas no pasan de ahí. Si un amigo se vuelve conocido, enseguida lo consideramos un enemigo. Volvemos a casa con nuestros compañeros de cuarto después de pagar por tocar en algún auditorio medianamente conocido. ¡Qué horror! No quiero estar metido en esto durante toda la vida. Prefiero morir a seguir así. O, mejor dicho, prefiero relajarme. ¿Quieren entrevistarme por mail? Genial, qué más quisiera yo. “Che, ma, ¿adiviná qué hice hoy? ¡Di una entrevista por mail!”. Y ella: “Muy bien, mi amor, ¡sos famoso!”. Sí, famoso a los veintisiete años, contándole todo a su madre, que es la única que lo festeja. De chico pensaba que cuando creciera iba a hacer cosas por la humanidad. Es difícil entender si esta vida de artista realmente me está haciendo bien. Porque hoy iba a gastar bastante plata para masterizar el álbum en lo de Matías Mercatti, pero cuando lo vi a Will Oldham me quedé pensando. Y sentí la necesidad de caminar hacia él y preguntarle, en un inglés pobrísimo: “Is good to be indie star or best without it?”. Digo, porque tal vez el mundo sea un lugar mejor si fuéramos una comunidad de androides sin una pizca de creatividad pero con un trabajo decente, una casa linda, etc. Y durante nuestro tiempo libre podríamos hacer algo para promover la paz mundial, o podríamos estudiar y llegar a ser científicos, profesores de historia o policías no corruptos. “Come on, Will!”, le dije mientras lo sacudía del brazo. Él no respondía. Cuando abrió la boca para hablar, las ruedas del tren chillaron y no pude escuchar. El vagón se sacudió abruptamente y fuimos a parar los dos a un rincón. Yo grité: “Tell me! You have to tell me!”. El tren se detuvo en una estación y una manada de gente descendió. Yo miraba a Will directo a los anteojos y pensaba que él era un gran referente en su género pero que de todas formas debía sentir ganas de dejar todo algunas veces, cuando escuchaba un disco de Bob Dylan o de Neil Young. Seguramente pensaba: “A la gente le gusta lo que hago, pero nunca voy a ser tan bueno”. Aunque, ahora que lo pienso, seguro que Dylan también pasaba noches en vela pensando que nunca sería tan bueno como Allen Ginsberg o Camus. Dylan debía pensar que era un payaso que entretenía gente. En fin, creo que se entiende lo que quiero decir. Entonces, lo único que quería era que Will me dijera la verdad, porque estaba a punto de gastar plata en masterizar un álbum que en ese momento me parecía insignificante. Will seguía en silencio; yo lo tenía agarrado de la manga de la remera. De golpe pensé que me había confundido de persona y que en verdad no estaba frente a Will Oldham. Ahí fue cuando decidí alejarme y bajar del tren.

Comencé a caminar hacia la puerta pero de pronto sentí una mano pesada en mi hombro y luego su brazo alrededor de mi cuello. Will me bajó del tren a la fuerza y me arrojó sobre el pavimento. Amenazó con pisarme con su bota. Un segundo después, comenzó a pegarme en la cara con sus puños. Luego sonó la sirena del tren; él se subió y se fue. Desde la ventana gritó: “¡Los artistas son todos putos!”. Yo quedé tirado en la estación, solo y dolorido. Debo haber estado ahí durante quince minutos, la gente miraba extrañada pero no se acercaba. Definitivamente ese sujeto no era Will Oldham. Después de todo, no tenía lógica que estuviera en el país. Sin embargo, sea quien fuera, me quedé pensando en sus palabras. Quizás esta persona tuviera razón: hay gente fuerte y productiva y otra gente que realmente no aporta nada a la sociedad. Ya sé, suena discriminatorio y sexista, pero en el momento en que estaba tirado al lado de las vías del tren me pareció un razonamiento lógico. Nunca nadie me había pegado. Sí, tal vez los artistas son todos unos debiluchos… ¿y qué? Estoy seguro de que Matías Mercatti va a hacer un buen trabajo; es muy reconocido por sus habilidades para masterizar discos.