Friday, April 22, 2011

La última vez que tomé ácido enloquecí (Jeffrey Lewis)

Hace seis años tomé ácido por primera y última vez. En ese momento enloquecí. Me acuerdo de que estaba en la casa de verano de un amigo, en Mar del Plata, y de repente mi mente explotó. Estaba sentado en el piso escuchando Pink Floyd cuando se me ocurrió que tal vez yo era gay y me puse paranoico. Le pedí a mi amigo una hoja y me puse a trazar rayas gruesas y, sobre ellas, la figura de un alien. Esta sensación duró como doce horas. Mi amigo también estaba mal. Salimos de su cuarto por la ventana y nos trepamos al techo de su casa. Yo estaba convencido de que me había caído y que en realidad estaba tirado sobre el pavimento. Pensé en el límite entre la cordura y la locura, entre el bien y el mal: si yo hubiera tirado a mi amigo del techo y lo mataba, ¿era culpable? ¿Hasta qué punto perdemos en control de lo que hacemos? ¿No será que lo que aflora en ese estado tan salvaje es lo que realmente queremos hacer pero nuestra conciencia reprime?

En el momento en que me percaté de que seguía en el techo, entré a la casa nuevamente y comencé a bajar las escaleras caracol de dos en dos. Parecían infinitas. Cuando llegué al living, quise abrir la puerta de calle pero no encontraba la manija. Creía que eran las puertas del cielo y que Dios no me dejaba entrar. Las reglas para los que toman ácido son simples. Uno: nunca tomar en compañía de gente que uno no conoce. Dos: El techo de una casa no es un buen lugar para quedarse. Tres: Hay que estar preparado para cualquier cosa y asumir el riesgo. Cuatro: No asustarse y mantener la calma. Cinco: Tener a un buen amigo cerca. Seis: No volverse demasiado introspectivo; de lo contrario, uno puede toparse con la soledad y la desesperanza de vivir una vida rutinaria y sin sentido.

A mí me pasó esto último, me sentí completamente solo y vacío. Fue en ese momento que enloquecí. Después pasó algo curioso: relaté mi experiencia con el ácido a varias personas y la gente la malinterpretó. Comencé a percibir que mis conocidos me trataban de forma distinta, me veían como un drogadicto y me miraban mal. Una vez, en una fiesta de disfraces, un chico vestido de paloma blanca me vino a ofrecer ácido. Le dije que no, que me divertía tomar alcohol pero tomar ácidos me deprimía. No quiero saber nada con el ácido. Soy una persona frágil que no aguanta demasiada presión.